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“Hill towns and empty mountains pass by, but the smoothness of the train blurs the view, and it’s easier than ever to fall asleep in the low morning sunlight coming in through the train’s windows”. Melodías de un tono crepuscular, melodías que se desplazan con la misma velocidad con que el sol se traslada alrededor de la tierra mientras esta pareciera permanecer estática en su línea imaginaria, inmóvil en su eje polar. Y el sol va perdiendo lentamente su color, y el cromatismo de las colinas se destiñe paulatinamente, y las armonías de acústica naranja se alejan de manera gradual de la luz natural, dejando atrás rastros de acordes tardíos. Pero pese a esa distancia lumínica, el calor de su brillo tardío se mantiene en el aire, una cálida brisa que levemente derrite las superficies que cubren la piel de los objetos, del mismo modo que las notas se van desgastando. Desde hace casi una década que Will Long viene publicando trabajos de una manera incansable, innumerables obras que ha ido, esparciendo de forma personal o por medio de pequeñas empresas dedicadas a expandir los efectos del audio que se esconde bajo el suelo. Primero fue junto a Daniel Baquet–Long y, luego que esta falleciera, de manera individual ha continuado bajo ese nombre ampliando su propio catálogo. Antes lo hizo desde su lugar en la costa del Pacífico en Estados Unidos, ahora desde su hogar junto a su familia en Japón –con su esposa, Rie Mitsutake, comparte el proyecto Oh, Yoko—. Muchos de los nuevos registros todavía conservan los sonidos de Daniel, como su voz en “Voyeur” (Humming Coach, 2014), uno de sus tres trabajos lanzados el año anterior, mientras que otros retoman grabaciones anteriores, ideas esbozadas y olvidadas, luego adaptadas a un nuevo contexto. Tal es el caso de “Zigzag” (Spekk, 2014) [312], álbum publicado desde esas tierras lejanas. “Música interminable desde el otro vértice del mundo, Celer es una fuente inagotable de sonidos espaciosos imposibles de contener en espacios reducidos, contra la ley de gravedad. Solo unos cuantos han alcanzando esta esquina de la tierra, y este es uno de ellos, amablemente enviado desde su hogar en Tokio… Cuarenta y ocho minutos, cuarenta y siete segundos. Un solo movimiento, un patrón de pequeños rincones en ángulo variable, aunque constante, trazando un camino entre dos líneas paralelas, que puede ser descrito como irregulares y regulares. Ángulos creados dentro del sonido que se desplaza de forma uniforme, dibujando líneas que ascienden y vuelven a descender en trayectos cortos, aunque percibidos como una enorme horizontal inmutable. En su interior, notas que parecen a veces estáticas en el aire, otras veces imposibles de estar quietas. El ritmo persistente no deja de emitir una luz parpadeante, un reflejo que destella en la oscuridad de su geometría inmóvil a la vez que impredecible”. Todavía queda de la temporada que recién paso otra obra de la cual solo hoy podemos escuchar su eco infinito.

“We’re sleeping, or staring out at the cities and landscapes”. Acostumbrado a ser él mismo quien se encarga de editar sus creaciones, ya desde sus comienzos y normalmente CDRs de tirada limitada, el 2010 decide crear su propio marca, un sello con una existencia un tanto más formal –paralelamente, y de manera más regular, también existen álbumes self–released, usualmente impresiones digitales–, sello que fue estrenado con “Generic City” (Two Acorns, 2010), a medias con Yui Onodera. Y de ahí hasta ahora solo existen muy pocas obras que han visto la luz a través de esta editorial. El hasta ahora último trabajo de Celer aparece precisamente bajo Two Acorns, en formato vinilo de 12” negro y en una edición de 300 ejemplares, en noviembre de 2014, mismo trabajo que además tiene una versión en CD a través de Baskaru, el sello francés, a principios de este 2015. Por lo tanto, el retraso entre aquella fecha y estas palabras no es excesivamente prolongado. Y no resulta fácil intentar traducir en palabras el sonido que es expulsado con una energía radiante de esta obra. Lo que emerge desde el interior de “Sky Limits” es de una belleza casi indescriptible, una corriente cálida de melodías que se desvanecen junto con el resplandor del paisaje, un ruido que se confunde con los tonos disipados por la oscuridad y que, a su vez, posee una intensidad en sus matices que deslumbra hasta eclipsar. Y todo esto ocurre mientras la ciudad transita por las horas. “Colinas de pueblos y montañas vacías pasan por delante, pero la uniformidad del tren desdibuja la vista y es más fácil que nunca quedarse dormido con la luz baja del sol de mañana que entra por las ventanas del tren. Estamos durmiendo, o con la mirada perdida en las ciudades y los paisajes; es fácil imaginar el sonido y conectarlo con estos eventos. Existe un contraste y conexión entre esta realidad e imaginación. Están separados, pero ocurren simultáneamente. En una caminata a través de las calles llenas de gente de Kioto, o en una mañana medio dormida, ¿cómo era aquello? Después, ¿qué es lo que recuerdas? Durante una caminata a casa una tarde me detuve en la parte más alta de la calle con una vista sobre las vías del tren, pasé la intersección a través de Mini Stop y la panadería y llegué hasta la colina en nuestro vecindario. Hay un sonido particular cuando te acercas a la reja de la entrada junto a la puerta, cuando abres el buzón. Un día no estaré en estos lugares de nuevo, y por ahora así es como suenan. Aún estos momentos menores son importantes, cuando miras hacia atrás en la memoria, y luego observas desde este mirador, viendo las luces de la ciudad parpadear en la distancia”. En su nuevo hogar, y en los lugares que lo rodean es donde este trabajo tiene su gestación, incorporando además el sonido de las calles por donde suele transitar. “Recorded 2012—2013 in Tokyo and Kyoto, Japan. Music, field recordings and cover photograph by Will Long”. Y esa fotografía, capturada por Will, muestra precisamente el avance de la ciudad a través del cristal de un tren mientras un pasajero permanece inerte ante su movimiento. En “Sky Limits” contiene once piezas, distinguibles claramente en dos tipos, unas relativamente más prolongadas y otras breves interludios entre estas, puentes efímeros en medio de desarrollos más largos, los que dan cuenta de la movilidad y la vida en las capitales y sus habitaciones estacionarias, diálogos de actores desconocidos e improvisados, así como su propia vida cotidiana que se involucra con su trabajo artístico. Y pese a las diferencias en una y otra forma de ver el sonido, todas forman parte de una misma unidad, la una sirve para entender la otra, ambas integran una misma individualidad auditiva. Primero será la energía sintética, luego los  registros reproducidos de la misma manera en que fueron capturados. Pero antes el vacío, unos segundos de silencio que permiten separar la realidad de este otro mundo que se vuelve tanto o más real como aquella. Una armonía que persiste durante nueve minutos que bien podrían ser horas, incluso días, una armonía de ruido romántico y acústica expansiva, unas cuantas notas que envuelven el espacio, cubriendo con su manto de estruendo indeterminado los límites de la materialidad. Unas escasas capas de música interminable que se suceden durante el tiempo, y que se reiteran una y otra vez, formando órbitas alrededor de este firmamento reducido de estrellas audibles. “Circle Routes”, rutas en círculo por el universo de una conmovedora belleza. Es difícil, sino imposible, no salir indemne luego de aquel río de lava descolorida. De hecho no lo es. Y entonces, poco antes que desaparezca su efecto y que el tiempo determine que debe existir un final, justo antes surge una de esas breves treguas donde se oye la vida diaria.“(12.5.12) Making Tea Over A Rocket Launch”: poco más de un minuto de una mañana de miércoles de invierno, previo a las mareas color púrpura de “In Plum And Magenta”, notas que resplandecen como un reflejo metálico en la noche. “(12.21.12) On The Shinkansen Leaving Kyoto”, instrucciones por altavoz entre afluentes de personas que se quedan silentes ante el estruendo contenido de la música de Celer. “Tangent Lines” y su movimiento ondeante de notas que brillan de forma intermitente, una estabilidad aparente de sonidos que se mueven de manera constante sobre un mismo punto de referencia. “(12.20.12) Back In Kawaramachi, Kyoto” capta el ajetreo de las aceras y el ritmo de los motores mecánicos. De ese modo se cierra el primer lado de estd trabajo cuyo esplendor llega a agotar. La segunda mitad de este álbum comienza una intensidad desbordante, con “Equal To Moments Of Completion” y diez minutos de acordes análogos revestidos de minerales plateados, cristales que se funden con la vehemencia ambiental que se escapa de sus poros. Los pies descalzos antes que el sol aparezca se oyen en “(4.8.13) A Morning”, mientras que “Wishes To Prolong” se recuesta sobre el suelo de una manera delicada, con esos pequeños temblores que destellan en la quietud. “(4.8.13) An Evening” son los últimos instantes de grabaciones de campo dentro del hogar, el atardecer antes de los reflejos finales de “Sky Limits”.“Attempts To Make Time Pass Differently”, un fragor interior de una música que no se agota, notas flexibles y capas de un ruido asombroso y fascinante, tonos que se diluyen mientras la luz toma distancia, cuando la tarde se vuelve noche y las figuras pierden su forma. Y los puntos sobre estas líneas serpentinas mantienen su refulgencia temblorosa, hasta que su impulso vital desaparece y se extravía en el paisaje.

“Even these minor moments are important when you look back on the memory, and then look out from this overlook, seeing the city lights blinking in the distance”. Acostumbrados a las grandes extensiones de música expansiva de Celer, estos fragmentos contienen momentos de una magnificencia inconmensurable, estruendos ambientales contenidos en instantes relativamente breves que sin embargo son inagotables. A medida que el sol asciende sobre el horizonte el azul del mar se vuelve cada vez más claro. A medida que el sol desciende ese azul claro se torna petróleo, y las melodías de igual manera declinan su gradación, pero con una intensidad interna que irradia un enorme calor que abraza. Y las tonalidades decaen con la oscuridad creciente, y se decoloran con la inmensidad de energía que emana de sus corrientes de sonido, y tiemblan como ese mar con la luz que viene desde el cielo, un rumor de belleza acústica estremecedora.

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‘On a walk through the crowded streets of Kyoto, or a half-asleep morning, what was it like? Later, what do you remember?’ So writes Will Long in his notes to Sky Limits. The Celer man captures this thought-sensation, between concept and feeling, by interspersing field recordings of routine quotidian activity in Tokyo and Kyoto with billowy ambient drones that tap into affective and cognitive wells. The care Long puts into his compositions is matched only by an astonishing prolificity over a stream of releases on labels like Spekk, Infraction, Dragon’s Eye, and/OAR, Chemical Tapes, and now Baskaru. The airy reflections of the opening “Circle Routes” with its gliding tones and expansive layers recedes to the sound of tea-making against a TV broadcast backdrop before drifting back to reverie mode with “In Plum and Magenta”—elegant, somewhat sparser, still the same meditation-emotion dyad. This interleaving becomes a compositional leitmotif, as audio-documentary interludes—of the commute and of the domestic mundane—cede to luxuriant immersion zones with titles bearing poignantly prosaic-poetic anchorage. It thus stands as a reflection on the slightly dissonant feeling of ‘a contrast and connection between this reality and imagination.’ The middle pieces of the album swell somewhat in intensity–“Tangent Lines” denser with dramatic weight, the following “Equal to Moments of Completion” more grandiloquent, while the final two are gentler–“Wishes to Prolong” wispily floating, “Attempts to Make Time Pass Differently” similarly spectral, ending in liminal space. ‘A reflection on the evanescent nature of memories, dreams, and reality,’ these string-laden daydream-scapes induce a strangely compelling tension–in parts so remote and hermetic, in others so tremulous and intimate, the whole imbued with a sense of arcane seductivity.

Zu den bekanntesten optischen Täuschungen zählt das durchsichtige, oft nur schwach erkennbare Spiegelbild in einer einfachen Glasscheibe, das sich mit den Objekten hinter dieser Scheibe überblendet. Die Illusion einer solchen Überblendung erfolgt bei vielen Menschen immer dann, wenn Erinnertes oder Imaginiertes die Bilder der äußeren Realität überlagert, wenn das, was man gerne das geistige Auge nennt, die tatsächliche Sinneswahrnehmung in den Hintergrund drängt.

Der in Japan lebende Musiker Will Long, der vor rund zehn Jahren die Band Celer gründete, die er heute als Soloprojekt betreibt, hat sich selbst wiederholt bei dieser erfahrung beobachtet, als er per Bahn in der Peripherie Tokyos oder in der japanischen Provinz unterwegs war. Der Blick aus dem Fenster, wenn man die vorbeirauschenden Ort- und Landschaften in der Regel mit nur mäßiger Konzentration wahrnimmt, ist wie geschaffen dafür, fiktive Bilder entstehen und mit der verhuschten Wirklichkeit verschmelzen zu lassen. Sein neuestes Album “Sky Limits” ist dieser Erfahrung gewidmet.

Erinnerungen, Überblendungen haben auf “Sky Limits” durchaus auch in unmittelbarer Form ihren Raum, füllen als mitgeschnittene Konversationen und fragmentierte Geräusche menschlicher Geschäftigkeit jedes zweite Stück des Albums, das in diesen Abschnitten an ein Hörspiel oder eine Radiodoku mit zurückhaltender Moderation erinnert. Doch das Gros der Musik ist atmosphärisch ungemein verdichteter Ambient von verschwommener, zerfließender Beschaffenheit. Meist in Molltönen, stoßen die Soundscapes trotz ihrer klanglichen Klarheit bewusst an die Grenze zum regressiven Abdriften.

Gerade diese Momente, wenn sie ein paar Minuten lang von keinen unverhofften Kontrasten gestört werden, vergegenwärtigen den tagträumerischen Zug des – keineswegs kitschigen – Schwelgens in Erinnerungen und Vorstellungen besonders, denn in ihrer bedächtigen Wellenform entspricht die Bewegung der elektronischen Flächen einer losgelösten inneren Dynamik viel eher als dem Vorbeisaußen der Außenwelt.

Schon deshalb ist “Sky Limits” mehr als nur der Soundtrack zu einer Idee. Ungeachtet dessen sollte die Musik allen Freunden von Tim Hecker oder Stars of the Lid gefallen.

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‘Sky Limits’ is appropriately named, not because it soars, but because it sounds as though it’s been formed from cloud. Long, soft drones hang vaporously across the 11 loosely-structured pieces that drift into one another. The quirky or otherwise descriptive titles (‘Making tea over a rocket launch broadcast’, ‘On the Shinkansen leaving Kyoto’, ‘Attempts to make time pas differently’, for example) bear not audible relation to the sounds they refer to.

Many of the pieces are very short and very quiet, although the album is signposted by three longer pieces, stretching out to ten minutes and whispily hovering in the air.

Subtle, mellow, nice.

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Within nine years only Will Long’s solo since 2009-project Celer has churned out an amazing mass of, mostly Ambient, music with a discogs count of 115 releases in this period including an astounding number of 84 albums alone, including his most recent output “Sky Limits” which has been put on the circuit via the highly recommended Baskaru-imprint and which serves further explorations of Ambient music, this time featuring embedded field recordings taken in the Japanese cities of Kyoto and Tokyo throughout the years 2012 and 2013, bridging the gaps between the slowly floating, organic and possibly healing beauty of Long’s compositions like “Tangent Lines”, “Equal To Moments Of Completion” or “Wishes To Prolong”. But, despite all this beauty, it seems like these small extracts from a foreign countries original everyday soundscape are the more or at least most interesting bits on “Sky Limits” as – a problem well known to the experienced Ambient head in general – most of the genres possibilities have been heavily explored throughout the past two decades, especially when it comes to its emotional, string-loaden and slightly kitschy side, which results in a feeling that one might’ve come across the musical story told in this album a few times before and at some point in the past. That said we’re not about to diminish the musical quality of “Sky Limits” in itself which is well crafted and definitely living up to the genres quality standards but after having listened to a good bunch of Ambient albums before one is not necessarily taken by surprise here. For die-hard Ambientists only.

«Sky Limits» – музыкальный отчет Уилла Лонга о путешествиях по Японии с помощью поездов Синкансена, высокоскоростной сети железных дорог в стране Восходящего Солнца. Из Токио в Киото или в другой город, из раннего утра сквозь стремительно промелькнувший день в темный зимний вечер (судя по датам в названиях треков, все как раз и происходило в осенне-зимний период), созерцая в квадрате окна, заключающем в свои рамки бесконечное прежде небо, размытые на скорости пейзажи и суетливую реальность многочисленных перронов. Рассказывая об этом с помощью музыки, в качестве исходных материалов Уилл использует записи симфонического оркестра, создавая из них петли, аккуратно наслаивая их друг на друга и замедляя, вытягивая почти что до бесконечности. Надо сказать, прием не нов и довольно широко распространен на эмбиент-сцене, особенно японской – стоит вспомнить творящего примерно в той же манере Чихея Хатакеяму и, особенно, его чудесный диск «Bare Strata», – но у Лонга никуда не делось уникальное чувство прекрасного, позволяя ему четко балансировать на грани полной статики и невероятных в своей эмоциональной глубине звуковых картин, которым придается неожиданно простой и понятный вид. Так и здесь: все очень красиво, завораживающе и душевно. В начале альбома партии живых инструментов вполне различимы, а трубы даже подражают гулу проносящихся мимо поездов, но, чем дальше мы уходим от исходной точки, чем больше остановок (а Уилл активно перемежает треки полевыми записями с этих островков в рельсовом море добавляя гул людских голосов) отделяют нас от начала пути, приближая к финишу, тем более размытыми и рассеянными становятся эти звуковые образы, под конец возносящиеся в благостную эфемерность «Attempts To Make Time Pass Differently». Как и в реальном пути, сказывается усталость, когда глаза слипаются под мерный грохот колес, голова откидывается на мягкий подголовник и окно, растворяясь в дремоте, начинает показывать совсем другие картинки, делая границы неба и воображения воистину бесконечными. Оно и понятно – навряд ли в поездах Синкансена по вагонам шарятся бесноватые барды-самоучки и лоточники, так что в мире «Sky Limits» никто не помешает наслаждаться этим благостным состоянием покоя. Очень красивый, порой даже мечтательно-нежный альбом…наверное, это романтика дороги сказывается, а, может быть, и предвкушение скорой встречи с любимым человеком, ведь не просто так люди пускаются в такие путешествия, верно? Точно один из самых красивых релизов «Celer» за последнее время.

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Il nuovo parto dell’instancabile ed inesauribile Will Long è forse il più interessante dai tempi di “Capri”, l’ultimo capolavoro firmato in coppia con la compianta consorte e partner artistica Danielle Baquet. Proprio da allora, l’arte dell’ormai unico titolare del marchio Celer ha smesso di lavorare sulla sostanza emotiva pura, per cercare applicazioni teoriche e pratiche che ne accrescessero i significati più profondi. Ciò nonostante, quella di Celer resta la forma più spontanea e diretta possibile della sound art ambientale contemporanea, dove la prassi creativa resta elemento fondante attorno a cui ruota qualsiasi successiva intenzione extra-musicale.

“Sky Limits” è il paradigma di questo peculiarissimo approccio ad un sound che troppo spesso, ultimamente, si è ritrovato subordinato ad intenti di tipo concettuale divenendo mera conseguenza degli stessi. L’idea che ogni attimo, anche il più semplice, per definizione irripetibile, possa rimanere impresso nella memoria non solo attraverso un’immagine, ma anche attraverso un suono, il suo suono, è la chiave di lettura che lo stesso Long esplicita nelle note di copertina. Ma essa altro non è se non il frutto di un’intuizione, un’attività cerebrale successiva allo stimolo: il disco è dunque lo strumento che porta alla genesi dell’idea, e non una sua mera e passiva dimostrazione pratica.

Ecco spiegato perché la componente emotiva sia anche qui fortissima e padrona della scena: la musica prescinde, in sé, dall’aspetto concettuale, che è in essa racchiuso e reso attraverso l’alternarsi di field recordings istantanee e digressioni di droni in perenne oscillazione tra serenità e malinconia. E se le prime possono accrescere il loro significato in maniera decisiva se intese all’interno del concept, le seconde non hanno alcuna necessità di esservi collocate. Il disco ha così almeno due piani possibili di esperienza e lettura, entrambi carichi di suggestione: quello di una cronaca di sei attimi di vita, mostrati prima dall’esterno e poi attraverso la percezione interiore, e quello strettamente sostanziale, di squisita opera di musica atmosferica.

In quest’alternanza mai interrotta di realismo esteriore e impressionismo ambientale, Celer racchiude infatti alcune delle sue immersioni più belle e toccanti di sempre: dall’ouverture contemplativa e sfumata di “Circle Routes”, al più tradizionale affresco a pastello di “Tangent Lines”, fino al crescendo tutto Heckeriano di “Equal To Moments Of Completion” e, soprattutto, alla splendida miniatura di “In Plum And Magenta”. Frammenti di vita interiore che si interrompono, bruscamente, per lasciare spazio all’esperienza pura di una tazza di té a colazione, di un viaggio in treno come tanti verso e da Kyoto, da contemplazioni di una mattina e di un pomeriggio di uno stesso giorno qualsiasi. Il tutto con tanto di date, quasi a voler rendere ulteriormente l’unicità di ogni singolo momento.

Non a caso il meraviglioso brano conclusivo, notturno e romanticamente tormentato, recita come titolo un palese “Attempt To Make Time Pass Differently”. Suggellare l’attimo, coglierlo, immagazzinarlo come esperienza unica e irripetibile nella sua semplicità, nel suo apparire forse privo di un particolare significato. Tutto questo è, non necessariamente, “Sky Limits”: il più grande outsider* del 2014 ambientale.

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Celer (ήτοι ο Αμερικανός μουσικός Will Long) μας έχει απασχολήσει και παλιότερα με τους δίσκους του. Στον τελευταίον του, Sky Limits, κυκλοφορεί και πάλι στα μονοπάτια της άμπιεντ ηλεκτρονικής μουσικής δημιουργώντας ένα χαλαρό φαντασιακό σάουντρακ της πόλης του Τόκιο, όπου ο Long ζει τα τελευταία χρόνια. Ηχητικά κύματα με την παρουσία εγχόρδων στα οποία εμβαπτίζονται field recordings από την καθημερινή ζωή της μεγαλούπολης.

A staggering number of Celer releases has been issued since the group’s 2005 inception, yet Will Long continues to find ways to give each new Celer outing a distinctive character. As long-time fans well know, the group originated as a duo project but has been guided by Will alone since 2009 following the untimely passing of his partner Danielle Baquet-Long. Currently based in Tokyo, Japan, the US-born Will has not only kept the Celer project alive but amped up his activity level through his participation in Oh, Yoko (with Miko) and Hollywood Dream Trip (with Christoph Heemann); he also operates the Two Acorns label, on which the vinyl version of Sky Limits appears.

Long’s liner notes provide some mode of orientation for the fifty-minute album, though they’re hardly required when the music by itself is so evocative: “Hill towns and empty mountains pass by, but the smoothness of the train blurs the view, and it’s easier than ever to fall asleep in the low morning sunlight coming in through the train’s windows.” The intertwining of movement and stasis in the image of a traveler taking in the passing scenery finds its analogue in the album, where transporting, strings-laden episodes alternate with field recordings-sourced snapshots of daily life in Tokyo and Kyoto.

The instrumental settings are ethereal in character, as if to suggest music drifting slowly far above the earth’s surface, and their textures are silken, diaphanous even. As a result, a piece such as the nine-minute opener “Circle Routes” inculcates a state of dream-like reverie in the listener receptive to the music’s charms, especially when its suspended strings hypnotically oscillate between two pitches. Though the instrumentals—symphonic pieces that often swell to a Wagnerian pitch (see “Equal to Moments of Completion”)—are a collectively unified bunch, there are subtle differences between them. In contrast to the restful tone of “Circle Routes,” for example, shuddering strings in “Tangent Lines” generate a more agitated effect by comparison.

The single-minute interludes, on the other hand, ground the listener firmly in the minutiae of everyday life where different scenes are captured in fleeting form. In one, tea is prepared while a television broadcasts a rocket launch; in another, intercom announcements and buzzers convey the frenzied activity of a typical train station. Miniature portraits of the city and domestic life are both accounted for in the album’s five vignettes, all of which have identifying dates affixed to them.

If there’s a single Sky Limits track one could select to illustrate the subtle allure of Celer’s music, it’s “Wishes to Prolong.” At first blush, it might appear to be little more than a static drone anchored at a single pitch, but when inspected more carefully, plaintive echoes below the surface begin to reveal themselves, and the piece becomes an artful exercise in the kind of subliminal sleight-of-hand at which Celer excels.

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Un jour, leurs routes devaient se croiser.

Dans le microcosme de la musique ambiant, le label français Baskaru est devenu en seulement quelques années, la terre d’asile de bon nombre de musiciens qui étirent le temps, l’espace et les notes. Parmi ceux-là, Celer est l’un des plus prolixes, puisque avant Sky Limit, Will Long a déjà produit pas moins de quatre-vingt-quatre albums (!) depuis le lancement de ce projet, alors sous forme de duo en 2005.

Désormais seul à bord de ce vaisseau sans équipage, l’Américain contemple ici des paysages depuis un train, quelque part entre Kyoto et Tokyo, où il réside désormais. Pour apprécier cette musique faite pour la contemplation et l’introspection, il n’y a guère d’autres moyens que de lâcher prise. La lumière et l’ombre s’immiscent entre les paupières à moitié fermées, selon que le soleil passe derrière une montagne, un immeuble, transperce à travers des arbres ou des nuages. On file, bercé par le ronronnement du Shinkansen, tout juste tiré de notre torpeur par des annonces dans une langue incompréhensible lors d’un arrêt en gare. Les longues modulations, les vagues et le ressac des ondes sinusoïdalement, nous font perdre pied et on ne sait plus très bien si les minutes s’étirent indéfiniment ou si, tout au contraire, des années défilent entre chaque battement du cœur.

Où s’arrête le ciel, où se termine la ligne d’horizon ? Où se perdent nos songes, où fuient nos pensées ?

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