“En la mitad de la noche digo tu nombre. En el medio de un baño digo tu nombre. En el medio de un afeitado digo tu nombre. En la mitad de un sueño digo tu nombre. En el medio de una nube digo tu nombre. Oh Yoko. Mi amor te volverá loca”. Una de las canciones más sencillas, solo cuatro acordes insistentes, y a la vez una de las más hermosas declaraciones de amor sirve para dar identidad a un proyecto de electrónica casera que sorprende, de la misma manera, por su simplicidad. “Oh Yoko!”, la pieza final del “Imagine” (Apple, 1972) de John Lennon, es el nombre escogido por un dúo radicado en Japón, solo que eliminando el signo de exclamación final e introduciendo una coma entre las dos palabras. También es el motivo para impulsar una nueva plataforma, Normal Cookie, editorial artística con sede en Tokio y fundada el 2012, dedicada a publicar sus propios sonidos.

Oh, Yoko son Rie Mitsutake y Will Long. De este último sabemos principalmente por Celer, su proyecto infinito y sus incontables trabajos de sonidos paisajistas y la oscuridad que yace debajo de ese panorama. La muerte de su compañera Daniel Banquet–Long supuso un golpe fuerte, pero el ritmo de trabajo no se detuvo, sino que impulsó aún más nuevas ideas. Por su parte, Rie es una artista japonesa que comenzó a tomar lecciones de piano a los cinco años. Sin embargo, no fue sino hasta el año 2000, después de pasar por varias bandas, que comenzó a registrar sus propias canciones. Desde ese entonces, y bajo el nombre de Miko, ha publicado dos discos, “Parade” (Plop, 2008) y “Chandelier” (Someone Good, 2010). Luego de un single, “Seashore” (Normal Cookie, 2012), tenemos propiamente su primera colección de canciones de Oh, Yoko, catorce piezas de pop electrónico de fidelidad baja que se recuestan sobre un colchón de sonidos orgánicos, ruido de segunda mano y texturas análogas. “Grabado en Tokio con un montaje de instrumentos acústicos y electrónicos vintage, micrófonos clásicos, found sounds y juguetes, ‘I Love You…’ es la primera declaración de Oh, Yoko de la apertura de la creatividad en momentos capturados de un simple hogar y la vida en la ciudad”. La fragilidad se apodera de las armonías infantiles que recorren cada centímetro de este álbum. “I Love You…” es débil, y esa debilidad hace que los sonidos que en su interior habitan deban ser tratados con el mayor cuidado. Y esa es precisamente la forma en que estos acordes son manipulados, con la máxima atención y esmero. Electrónica hogareña recubriendo melodías de almíbar que se derriten en la boca como algodón de azúcar y colorantes. El estruendo de la vida urbana se encuentra con el murmullo que reside en un hogar ubicado dentro del caos de su arquitectura, la geografía agreste y artificial convive con la naturaleza aislada en un parque inserto en medio de bloques de cemento. El bullicio de las tardes y la tranquilidad de las noches cohabitan en este trabajo de tiernas piezas de estructura simple, adornadas con luces como las de un árbol de navidad. “Heaven’s Gate” resplandece con su electricidad en medio de la calma acústica y la respiración que sale de los pulmones de Rie. Las flores de fuego iluminan la panorámica azul oscuro, y la lluvia de estrellas deja su rastro borroso sobre una fotografía fugaz. Siguen las melodías reservadas, encerradas en las paredes de la habitación. “Toumei” apenas asoma la cabeza sobre el cuerpo. Sin embargo, minutos después “Grand Prix” trae la sorpresa de la mano de una caja de ritmos y la alegre efusividad que brota de sus circuitos. De pronto, sin quererlo, sin pensarlo, los pies marcan el tiempo. La timidez se vuelven sensaciones extrovertidas. Pop multicolor en movimientos circulares. El desplazamiento ondulado permanece pero desacelerado. “I Did This, I Did That”, sintonías cazadas desde las emisiones en aire y las palabras recitadas. Música espacial que parecen cristales cósmicos, justo en el vértice opuesto de la lluvia cayendo sobre el suelo asfaltado de “Song With Coyotes”, una canción con coyotes e instrumentos de juguete, folk adiestrado entre la humedad, como los sonidos ásperos de “Treehouse”, sonidos encontrados en su estado natural. “Daylight Lunch”, “Keio Line” y “Take-Off” se evaden en las armonías que se pierden en el cielo y sus bordes expansivos. El regreso al folk digital viene con “Boîte de nuit”, una balada minimalista tendida sobre electricidad fina, un puente de delgadas fibras que sostienen la melodía, tiritando mientras la voz de Rie pronuncia palabras que me son indescifrables en mi ignorancia, pero que me reconfortan como si me las dijeran suavemente al oído. Tras el breve quiebre de “Newsbreak”, “Radio Days” recupera la quietud en una pieza que apenas parece esbozada, otro momento de fragilidad con los susurros como protagonistas desde la distancia, los mismos de “Ice Skating In The Dark”, solo que intercambiando el atardecer por el amanecer. Rayos de sol sobre el horizonte despierta la vegetación que levanta sus hojas hacia el cielo. Las notas reiteradas que podrían repetirse por la eternidad tienen como acompañante a la suavidad expuesta con una claridad abismante, Miko y el canto amable junto a los paisajes luminosos. El folk estelar y el murmullo que desborda familiaridad esconden las melodías de exquisitez inagotable. Otra vez el sol oculta su brillo anaranjado, al mismo tiempo que las palabras descansan sobre las líneas horizontales de acústica digitalizada. “Love Song” se propaga indefinidamente con sus breves y esporádicos destellos.

“I Love You…” es una hermosa declaración de amor compartido que nos es entregada para que creamos que algo más es posible. De estructuras simples y acabados artesanales, estas canciones nacieron para ser amadas y tratadas con cuidado. Rye y Will nos muestran la intimidad de su hogar, y con ello el ruido doméstico que adorna sus habitaciones.

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