“Hill towns and empty mountains pass by, but the smoothness of the train blurs the view, and it’s easier than ever to fall asleep in the low morning sunlight coming in through the train’s windows”. Melodías de un tono crepuscular, melodías que se desplazan con la misma velocidad con que el sol se traslada alrededor de la tierra mientras esta pareciera permanecer estática en su línea imaginaria, inmóvil en su eje polar. Y el sol va perdiendo lentamente su color, y el cromatismo de las colinas se destiñe paulatinamente, y las armonías de acústica naranja se alejan de manera gradual de la luz natural, dejando atrás rastros de acordes tardíos. Pero pese a esa distancia lumínica, el calor de su brillo tardío se mantiene en el aire, una cálida brisa que levemente derrite las superficies que cubren la piel de los objetos, del mismo modo que las notas se van desgastando. Desde hace casi una década que Will Long viene publicando trabajos de una manera incansable, innumerables obras que ha ido, esparciendo de forma personal o por medio de pequeñas empresas dedicadas a expandir los efectos del audio que se esconde bajo el suelo. Primero fue junto a Daniel Baquet–Long y, luego que esta falleciera, de manera individual ha continuado bajo ese nombre ampliando su propio catálogo. Antes lo hizo desde su lugar en la costa del Pacífico en Estados Unidos, ahora desde su hogar junto a su familia en Japón –con su esposa, Rie Mitsutake, comparte el proyecto Oh, Yoko—. Muchos de los nuevos registros todavía conservan los sonidos de Daniel, como su voz en “Voyeur” (Humming Coach, 2014), uno de sus tres trabajos lanzados el año anterior, mientras que otros retoman grabaciones anteriores, ideas esbozadas y olvidadas, luego adaptadas a un nuevo contexto. Tal es el caso de “Zigzag” (Spekk, 2014) [312], álbum publicado desde esas tierras lejanas. “Música interminable desde el otro vértice del mundo, Celer es una fuente inagotable de sonidos espaciosos imposibles de contener en espacios reducidos, contra la ley de gravedad. Solo unos cuantos han alcanzando esta esquina de la tierra, y este es uno de ellos, amablemente enviado desde su hogar en Tokio… Cuarenta y ocho minutos, cuarenta y siete segundos. Un solo movimiento, un patrón de pequeños rincones en ángulo variable, aunque constante, trazando un camino entre dos líneas paralelas, que puede ser descrito como irregulares y regulares. Ángulos creados dentro del sonido que se desplaza de forma uniforme, dibujando líneas que ascienden y vuelven a descender en trayectos cortos, aunque percibidos como una enorme horizontal inmutable. En su interior, notas que parecen a veces estáticas en el aire, otras veces imposibles de estar quietas. El ritmo persistente no deja de emitir una luz parpadeante, un reflejo que destella en la oscuridad de su geometría inmóvil a la vez que impredecible”. Todavía queda de la temporada que recién paso otra obra de la cual solo hoy podemos escuchar su eco infinito.
“We’re sleeping, or staring out at the cities and landscapes”. Acostumbrado a ser él mismo quien se encarga de editar sus creaciones, ya desde sus comienzos y normalmente CDRs de tirada limitada, el 2010 decide crear su propio marca, un sello con una existencia un tanto más formal –paralelamente, y de manera más regular, también existen álbumes self–released, usualmente impresiones digitales–, sello que fue estrenado con “Generic City” (Two Acorns, 2010), a medias con Yui Onodera. Y de ahí hasta ahora solo existen muy pocas obras que han visto la luz a través de esta editorial. El hasta ahora último trabajo de Celer aparece precisamente bajo Two Acorns, en formato vinilo de 12” negro y en una edición de 300 ejemplares, en noviembre de 2014, mismo trabajo que además tiene una versión en CD a través de Baskaru, el sello francés, a principios de este 2015. Por lo tanto, el retraso entre aquella fecha y estas palabras no es excesivamente prolongado. Y no resulta fácil intentar traducir en palabras el sonido que es expulsado con una energía radiante de esta obra. Lo que emerge desde el interior de “Sky Limits” es de una belleza casi indescriptible, una corriente cálida de melodías que se desvanecen junto con el resplandor del paisaje, un ruido que se confunde con los tonos disipados por la oscuridad y que, a su vez, posee una intensidad en sus matices que deslumbra hasta eclipsar. Y todo esto ocurre mientras la ciudad transita por las horas. “Colinas de pueblos y montañas vacías pasan por delante, pero la uniformidad del tren desdibuja la vista y es más fácil que nunca quedarse dormido con la luz baja del sol de mañana que entra por las ventanas del tren. Estamos durmiendo, o con la mirada perdida en las ciudades y los paisajes; es fácil imaginar el sonido y conectarlo con estos eventos. Existe un contraste y conexión entre esta realidad e imaginación. Están separados, pero ocurren simultáneamente. En una caminata a través de las calles llenas de gente de Kioto, o en una mañana medio dormida, ¿cómo era aquello? Después, ¿qué es lo que recuerdas? Durante una caminata a casa una tarde me detuve en la parte más alta de la calle con una vista sobre las vías del tren, pasé la intersección a través de Mini Stop y la panadería y llegué hasta la colina en nuestro vecindario. Hay un sonido particular cuando te acercas a la reja de la entrada junto a la puerta, cuando abres el buzón. Un día no estaré en estos lugares de nuevo, y por ahora así es como suenan. Aún estos momentos menores son importantes, cuando miras hacia atrás en la memoria, y luego observas desde este mirador, viendo las luces de la ciudad parpadear en la distancia”. En su nuevo hogar, y en los lugares que lo rodean es donde este trabajo tiene su gestación, incorporando además el sonido de las calles por donde suele transitar. “Recorded 2012—2013 in Tokyo and Kyoto, Japan. Music, field recordings and cover photograph by Will Long”. Y esa fotografía, capturada por Will, muestra precisamente el avance de la ciudad a través del cristal de un tren mientras un pasajero permanece inerte ante su movimiento. En “Sky Limits” contiene once piezas, distinguibles claramente en dos tipos, unas relativamente más prolongadas y otras breves interludios entre estas, puentes efímeros en medio de desarrollos más largos, los que dan cuenta de la movilidad y la vida en las capitales y sus habitaciones estacionarias, diálogos de actores desconocidos e improvisados, así como su propia vida cotidiana que se involucra con su trabajo artístico. Y pese a las diferencias en una y otra forma de ver el sonido, todas forman parte de una misma unidad, la una sirve para entender la otra, ambas integran una misma individualidad auditiva. Primero será la energía sintética, luego los registros reproducidos de la misma manera en que fueron capturados. Pero antes el vacío, unos segundos de silencio que permiten separar la realidad de este otro mundo que se vuelve tanto o más real como aquella. Una armonía que persiste durante nueve minutos que bien podrían ser horas, incluso días, una armonía de ruido romántico y acústica expansiva, unas cuantas notas que envuelven el espacio, cubriendo con su manto de estruendo indeterminado los límites de la materialidad. Unas escasas capas de música interminable que se suceden durante el tiempo, y que se reiteran una y otra vez, formando órbitas alrededor de este firmamento reducido de estrellas audibles. “Circle Routes”, rutas en círculo por el universo de una conmovedora belleza. Es difícil, sino imposible, no salir indemne luego de aquel río de lava descolorida. De hecho no lo es. Y entonces, poco antes que desaparezca su efecto y que el tiempo determine que debe existir un final, justo antes surge una de esas breves treguas donde se oye la vida diaria.“(12.5.12) Making Tea Over A Rocket Launch”: poco más de un minuto de una mañana de miércoles de invierno, previo a las mareas color púrpura de “In Plum And Magenta”, notas que resplandecen como un reflejo metálico en la noche. “(12.21.12) On The Shinkansen Leaving Kyoto”, instrucciones por altavoz entre afluentes de personas que se quedan silentes ante el estruendo contenido de la música de Celer. “Tangent Lines” y su movimiento ondeante de notas que brillan de forma intermitente, una estabilidad aparente de sonidos que se mueven de manera constante sobre un mismo punto de referencia. “(12.20.12) Back In Kawaramachi, Kyoto” capta el ajetreo de las aceras y el ritmo de los motores mecánicos. De ese modo se cierra el primer lado de estd trabajo cuyo esplendor llega a agotar. La segunda mitad de este álbum comienza una intensidad desbordante, con “Equal To Moments Of Completion” y diez minutos de acordes análogos revestidos de minerales plateados, cristales que se funden con la vehemencia ambiental que se escapa de sus poros. Los pies descalzos antes que el sol aparezca se oyen en “(4.8.13) A Morning”, mientras que “Wishes To Prolong” se recuesta sobre el suelo de una manera delicada, con esos pequeños temblores que destellan en la quietud. “(4.8.13) An Evening” son los últimos instantes de grabaciones de campo dentro del hogar, el atardecer antes de los reflejos finales de “Sky Limits”.“Attempts To Make Time Pass Differently”, un fragor interior de una música que no se agota, notas flexibles y capas de un ruido asombroso y fascinante, tonos que se diluyen mientras la luz toma distancia, cuando la tarde se vuelve noche y las figuras pierden su forma. Y los puntos sobre estas líneas serpentinas mantienen su refulgencia temblorosa, hasta que su impulso vital desaparece y se extravía en el paisaje.
“Even these minor moments are important when you look back on the memory, and then look out from this overlook, seeing the city lights blinking in the distance”. Acostumbrados a las grandes extensiones de música expansiva de Celer, estos fragmentos contienen momentos de una magnificencia inconmensurable, estruendos ambientales contenidos en instantes relativamente breves que sin embargo son inagotables. A medida que el sol asciende sobre el horizonte el azul del mar se vuelve cada vez más claro. A medida que el sol desciende ese azul claro se torna petróleo, y las melodías de igual manera declinan su gradación, pero con una intensidad interna que irradia un enorme calor que abraza. Y las tonalidades decaen con la oscuridad creciente, y se decoloran con la inmensidad de energía que emana de sus corrientes de sonido, y tiemblan como ese mar con la luz que viene desde el cielo, un rumor de belleza acústica estremecedora.