Design and silkscreening by Satoshi Ogawa
Archive for October, 2013
‘Night Ride’ in Tome to the Weather Machine
Will Thomas Long is the name associated with the synth explorations found under a new guise called Rangefinder. It might not be a household name per se, but TOME-followers and/or ambient music obsessors might also know him from the more-commonly associated nomenclature, Celer — an act many, many releases into an impressive career, most-recently landing on tape with something of a stunning masterpiece for Constellation Tatsu. (which Nathan is STILL borrowing by the way *shakes fist.) But of course here we have a different beast altogether; if Celer is a sound that can be defined by it’s wallowing ambient beauty, lakes of synthesizer made for a nice relaxing bath, then Rangefinder pulls the cork at the bottom of these bodies of liquid synth and let’s that water flow… fast. Of course, there’s no real tempos to be associated with this music, no beats-per-measure, and really there’s no measures. So how can we describe this music as being fast? How does Long create the illusion of rapid motion with such a sweeping, blinking blanket of tone? We often discuss ambient or drone music in terms of its ability to move, its inherent forward motion, but when it’s a slow-feeling piece, somehow that doesn’t seem quite as remarkable of an observation. Therefore, Long is treading on new ground with this his approach here, the synths themselves and their thrumming instabilities, shuttering arppeggios and chords, feel like they are travelling at warp speed. This is a new kind of ambient music, bracing and arresting, packed with inertia and soaring through the cosmos. Long lays out several chord progressions which succeed through boiling, bubbling strokes of Major and minor intervals, sometimes plunked out on a piano or danced out of what sounds like an organ made from laser beams. The sheer variety of textures, not only across the breadth of this breathtaking tape, but within individual tracks themselves, is a thing to behold; notes sound like they’re coming from buzzsaws, bows, strings, plasmas, fireflies, pools of blood, solar flares, amoebas, brain waves… and each note arrives as an unstable, pliable thing. Heavy vibratos, tremolos, tones squeezed and stretched to the max, and of course general reverberous and distorted effects are carefully chosen for each to keep the listener guessing, nerve-endings stood rapt in attention and tickled to death with each new sonic glimpse offered.
There is an element or two that is sacrificed in all of this: The main thing is that the immediate and compelling paintings of beauty that Long is nearly famous for (or should be, amirite?) are not exactly gone altogether, but a bit hidden. With the focus on these strobing textures, the harmonic subtleties are a bit harder to pin down and recognize, or even make sense of, and sometimes it seems like they might not even be there to begin with. And while there is still lots of gorgeousness in the compositions if you look hard enough, the pieces also have less clearly defined structures (beginnings, middles, and ends). Themes appear out of nowhere and wander about before ever really concluding themselves. But hey, maybe that’s OK. In fact, it very much is ok, mostly since this is the first Rangefinder tape, and it feels like Long was probably looking for a new vehicle to drive his instruments around in, joyrides to nowhere in particular for these experiments. Here he’s just testing out all the gears, making sure everything works like it should. The results are beyond thrilling for beat-less synthesizer music, and point with a fat finger towards a compelling future for all things Rangefinder — if he can take these new points of reference and map them out into a full, seamless journey, we’re really going to have something. And hey, I think a new tape might already be out, or is at least on the way… I’ve been flipping this 800 yen piece of merchandise over and over in my deck for months now trying to figure out how to write about it (and, of course, I have likely failed even now), but hopefully this little post gets folks hip to the even greater greatness that’s on Long’s long horizon. The best part? Whether it’s more Rangefinder or Celer material, it’s bound to be brilliant. What do they call that again? Oh yeah, WIN WIN.
‘I Love You…’ in Hawai
“En la mitad de la noche digo tu nombre. En el medio de un baño digo tu nombre. En el medio de un afeitado digo tu nombre. En la mitad de un sueño digo tu nombre. En el medio de una nube digo tu nombre. Oh Yoko. Mi amor te volverá loca”. Una de las canciones más sencillas, solo cuatro acordes insistentes, y a la vez una de las más hermosas declaraciones de amor sirve para dar identidad a un proyecto de electrónica casera que sorprende, de la misma manera, por su simplicidad. “Oh Yoko!”, la pieza final del “Imagine” (Apple, 1972) de John Lennon, es el nombre escogido por un dúo radicado en Japón, solo que eliminando el signo de exclamación final e introduciendo una coma entre las dos palabras. También es el motivo para impulsar una nueva plataforma, Normal Cookie, editorial artística con sede en Tokio y fundada el 2012, dedicada a publicar sus propios sonidos.
Oh, Yoko son Rie Mitsutake y Will Long. De este último sabemos principalmente por Celer, su proyecto infinito y sus incontables trabajos de sonidos paisajistas y la oscuridad que yace debajo de ese panorama. La muerte de su compañera Daniel Banquet–Long supuso un golpe fuerte, pero el ritmo de trabajo no se detuvo, sino que impulsó aún más nuevas ideas. Por su parte, Rie es una artista japonesa que comenzó a tomar lecciones de piano a los cinco años. Sin embargo, no fue sino hasta el año 2000, después de pasar por varias bandas, que comenzó a registrar sus propias canciones. Desde ese entonces, y bajo el nombre de Miko, ha publicado dos discos, “Parade” (Plop, 2008) y “Chandelier” (Someone Good, 2010). Luego de un single, “Seashore” (Normal Cookie, 2012), tenemos propiamente su primera colección de canciones de Oh, Yoko, catorce piezas de pop electrónico de fidelidad baja que se recuestan sobre un colchón de sonidos orgánicos, ruido de segunda mano y texturas análogas. “Grabado en Tokio con un montaje de instrumentos acústicos y electrónicos vintage, micrófonos clásicos, found sounds y juguetes, ‘I Love You…’ es la primera declaración de Oh, Yoko de la apertura de la creatividad en momentos capturados de un simple hogar y la vida en la ciudad”. La fragilidad se apodera de las armonías infantiles que recorren cada centímetro de este álbum. “I Love You…” es débil, y esa debilidad hace que los sonidos que en su interior habitan deban ser tratados con el mayor cuidado. Y esa es precisamente la forma en que estos acordes son manipulados, con la máxima atención y esmero. Electrónica hogareña recubriendo melodías de almíbar que se derriten en la boca como algodón de azúcar y colorantes. El estruendo de la vida urbana se encuentra con el murmullo que reside en un hogar ubicado dentro del caos de su arquitectura, la geografía agreste y artificial convive con la naturaleza aislada en un parque inserto en medio de bloques de cemento. El bullicio de las tardes y la tranquilidad de las noches cohabitan en este trabajo de tiernas piezas de estructura simple, adornadas con luces como las de un árbol de navidad. “Heaven’s Gate” resplandece con su electricidad en medio de la calma acústica y la respiración que sale de los pulmones de Rie. Las flores de fuego iluminan la panorámica azul oscuro, y la lluvia de estrellas deja su rastro borroso sobre una fotografía fugaz. Siguen las melodías reservadas, encerradas en las paredes de la habitación. “Toumei” apenas asoma la cabeza sobre el cuerpo. Sin embargo, minutos después “Grand Prix” trae la sorpresa de la mano de una caja de ritmos y la alegre efusividad que brota de sus circuitos. De pronto, sin quererlo, sin pensarlo, los pies marcan el tiempo. La timidez se vuelven sensaciones extrovertidas. Pop multicolor en movimientos circulares. El desplazamiento ondulado permanece pero desacelerado. “I Did This, I Did That”, sintonías cazadas desde las emisiones en aire y las palabras recitadas. Música espacial que parecen cristales cósmicos, justo en el vértice opuesto de la lluvia cayendo sobre el suelo asfaltado de “Song With Coyotes”, una canción con coyotes e instrumentos de juguete, folk adiestrado entre la humedad, como los sonidos ásperos de “Treehouse”, sonidos encontrados en su estado natural. “Daylight Lunch”, “Keio Line” y “Take-Off” se evaden en las armonías que se pierden en el cielo y sus bordes expansivos. El regreso al folk digital viene con “Boîte de nuit”, una balada minimalista tendida sobre electricidad fina, un puente de delgadas fibras que sostienen la melodía, tiritando mientras la voz de Rie pronuncia palabras que me son indescifrables en mi ignorancia, pero que me reconfortan como si me las dijeran suavemente al oído. Tras el breve quiebre de “Newsbreak”, “Radio Days” recupera la quietud en una pieza que apenas parece esbozada, otro momento de fragilidad con los susurros como protagonistas desde la distancia, los mismos de “Ice Skating In The Dark”, solo que intercambiando el atardecer por el amanecer. Rayos de sol sobre el horizonte despierta la vegetación que levanta sus hojas hacia el cielo. Las notas reiteradas que podrían repetirse por la eternidad tienen como acompañante a la suavidad expuesta con una claridad abismante, Miko y el canto amable junto a los paisajes luminosos. El folk estelar y el murmullo que desborda familiaridad esconden las melodías de exquisitez inagotable. Otra vez el sol oculta su brillo anaranjado, al mismo tiempo que las palabras descansan sobre las líneas horizontales de acústica digitalizada. “Love Song” se propaga indefinidamente con sus breves y esporádicos destellos.
“I Love You…” es una hermosa declaración de amor compartido que nos es entregada para que creamos que algo más es posible. De estructuras simples y acabados artesanales, estas canciones nacieron para ser amadas y tratadas con cuidado. Rye y Will nos muestran la intimidad de su hogar, y con ello el ruido doméstico que adorna sus habitaciones.
‘I Love You…’ in Ink 19
This intriguing electro-pop album seems to float above my player, a gentle female voice singing something beautiful in Japanese with an 8-bit keyboard adding a slow rhythm over a synthesized underlayer of ambient music.
That’s “Tourmi,” perhaps my favorite cut on this dreamy collection. “Grand Prix” is more rhythm heavy, but still floating in the same time field of unobtrusive pop soundlings. Low-res audio infuses this tea ceremony; it’s as if all the Casio keyboards of your youth got together and went to Julliard. Another noteworthy track is “Song with Coyotes.” Raindrops fall off the digital leaves of a tropical forest as a harmonica tunes up. The band searches for a sound that they can’t quite hit, and exotic birds cry out in the background “Arrrrrthuuur LYYYman! Arrrrrthuuur LYYYman!” These must be Hawaiian coyotes.
Oh, Yoko mixes low tech sounds, complex overlays, pop culture samples, and breathy intimate vocals to create a special place of calm and reasonableness and a place of childlike play and inquiry. How can you not relax? Even the coyotes are relaxed.
‘I Love You…’ in Blackaudio
This is the debut album for the duo of Rie Mitsutake and Will Long, released on the relatively new label Normal Cookie from Japan. Given that most of the previously unheard artists I have received from Japanese labels have been of the highest quality I was excited as to what I may hear.
‘Heavens Gate’ opens up this 14-tracker, with lo-fi analogue electronics and female harmonies that float of kilter against one another, slipping off parallel that works more than it should in theory; either way I was surprised as to just how engaging this was as a whole.
There is more than a pop influence to Mitsutake and Long’s work. When the former sings, it’s more often than not in her native tongue; but this is rarely an issue and she still manages to hold the listener regardless of their linguistic skills (or lack of).
There is something so unremarkably simplistic about “I Love You’, that it’s remarkable in itself; and whilst it would be easy to dismiss a lot of the output on the release, the retro sensibilities fit a certain guilty pleasure of mine when it comes to a lot of Japanese music, regardless of genre, somehow often owing more to the music I listen to than is immediately obvious.
This debut will most likely find itself at some point onto my phone for listening to whilst travelling to work and that’s no mean feat in itself; a peculiar, yet strangely alluring album that I enjoyed from start to finish that holds its weight well in the originality stakes.